lunes, 16 de abril de 2012

Creatividad en tiempo de crisis

Alejandro Rocamora

La vida se la puede definir como una sucesión de cambios y pequeñas crisis que no entorpecen sino que ayudan a progresar. Sin un mínimo de tensión no podríamos vivir. Sería una vida plana sin sobresaltos, sin poder crecer psicológicamente.

Cada una de nuestras biografías está sembrada de encrucijadas, de conflictos, de cambios y, por tanto, también de las soluciones que hemos dado a esos momentos. Tres son los pilares sobre los que se asienta una buena adaptación a la dificultad: educar en la frustración, la creatividad del sujeto y un “nosotros” acogedor.

Así como existe una vacuna contra la meningitis y otras enfermedades, deberíamos aprender a “vacunar” a nuestros hijos contra la adversidad. ¿Cómo? No sobreprotegiéndoles de tal manera que parezca que viven en el paraíso terrenal.

La creatividad es una cualidad de todos los seres racionales y es también una actitud ante la vida. Supone tener la capacidad para hacer comparaciones y analogías; búsquedas de soluciones no esperadas, estar abierto a nuevas experiencias y tener el valor de arriesgarse. La persona creativa está en constante proceso de autodescubrimiento.

En la adversidad se constata que cuanto más cohesionado esté el grupo menos perturbación producirá una tragedia. En estas situaciones lo que ayuda es la proximidad, la solidaridad, la transferencia positiva. Por esto es necesario crear un clima de comprensión, no de razones, para abortar la angustia.

Toda situación de adversidad o frustración precisa de un reforzamiento del vínculo con la familia, amigos o compañeros. Un vínculo sano es un salvoconducto para superar cualquier contrariedad en la vida. En la adversidad el individuo se muestra indefenso y lanza una llamada de socorro en forma de dolor o angustia para ser atendido.

Es la solución mágica, un arte que precisa de algunas reglas de funcionamiento. En primer lugar, adaptación no es sinónimo de pasividad o resignación, sino de “exprimir” la experiencia negativa, y transformarla en algo que favorezca el crecimiento del individuo. Hay que poner los pies en la tierra y comenzar a caminar por el sendero que marca el conflicto. Podemos llegar a la misma meta, pero el camino se ha hecho más angosto y tortuoso.

Aquel que tiene el arte de redescubrir las luces dentro de la oscuridad del conflicto será feliz. Porque este proceso de adaptación no tiene límites y puede reconvertir la dolencia en un beneficio para el propio sujeto y para los demás. Así, por ejemplo, Louis Braille (ciego) inventó la escritura para invidentes; o esa madre de un niño diabético que monta una pastelería para este tipo de enfermos, etc. Es la transformación de una deficiencia o límite en algo beneficioso para el sujeto, apoyándose en la propia deficiencia, no negándola.

Esta actitud positiva ante los avatares de la existencia no está reñida con la angustia que produce el proceso patológico. Es comprensible, desde el punto de vista psicológico, que ante la adversidad sintamos rabia, angustia o temor, pero en un buen proceso de adaptación esa angustia no invalida, ni incapacita, sino que puede favorecer la puesta en marcha de otras potencialidades del sujeto. En esto consiste el arte de disfrutar de la vida: nuestra capacidad para transformar incluso las vivencias más negativas en positivas; en, sin negar la realidad, incluso partiendo de cero, saber construir todo un edificio de bienestar y de crecimiento personal. ¡Esto sí que es arte!

Termino esta reflexión con un pensamiento de Darwin: “La especie que sobrevive no es la más fuerte ni la más inteligente, sino la más adaptable al cambio”. Lo importante de la adversidad no es su naturaleza, sino cómo cada sujeto responda a ella, y esto estará en consonancia con su capacidad de responder a la frustración, con su creatividad y con un “nosotros” fuerte. De esta forma haremos que la adversidad se convierta en una “perla”.

 

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